Ilustración: Alexcervero, Wikimedia Commons, algunos derechos reservados.

Alfonso Pedrosa. Obligado el Gobierno de España dizque por las exigencias de reducción de gasto público marcadas por el discurso dominante en la política económica de la UE; cercenada brutalmente (en el mejor de los casos) la capacidad de apagar fuegos de los gestores de los servicios regionales de salud por parte de sus propios gobiernos autonómicos; activado un cambio de rumbo en el SNS hacia un sistema integrado de mutuas y cotizaciones, planteado a la vez como una necesidad y como una apuesta.

Ante todo esto, constatada la inutilidad de llorar por Roma, identifico algunos elementos que dibujan un horizonte sobre el que creo me parece interesante pensar:

Los profesionales sanitarios de lo que todavía hoy se llama SNS no van a recuperar en mucho tiempo (como el resto de los mortales) los derechos laborales y retributivos adquiridos en décadas atrás. Las reglas de juego ya han cambiado. Es más, la cosa puede ir a peor. Es peligrosamente ingenuo hacer tremolar el pendón de la queja retributiva como estandarte de batalla en estas circunstancias; porque es atraer la atención del Ojo de Sauron para que se entere de verdad, al detalle, de quién y cuánto es lo que cobra y por qué, comparar esos números con el sueldo medio general del país, el de las tablas del INE, y sacarse un par de nuevos decretos de la manga sin mirar nada (justicia distributiva, agravios territoriales, niveles de cualificación profesional) que no sea la reducción de gasto público.

En general, cuando los profesionales de la salud en el SNS se quejan de la retribución es porque ya no  les queda otro campo sobre el que confrontar posiciones asistenciales o de gestión. Antes de la reivindicación explosiva en lo laboral y en lo retributivo hay una historia previa de desapego, de percepción de maltrato por parte de la propia organización asistencial a la que se pertenece. Y de eso se habla poco o casi nada.

En términos estructurales, además, toda esta situación de asfixia presupuestaria repercutida sobre retribuciones y contratos abre la puerta a un escenario de lumpenización del producto asistencial de la sanidad pública: como le oí decir el otro día a @drzippie, si pagas con cacahuetes acabarás rodeado de monos.

El vector del posicionamiento social contra los recortes en el SNS tiene una velocidad menor a la de los relatos sindicales, políticos y mediáticos elaborados al respecto y su trayectoria imaginable no está alineada con ellos. Pero la vaga idea de que la ciudadanía financia el SNS con sus impuestos se empieza a conectar con la lectura cotidiana de la crisis asistencial, fundamentalmente en los ámbitos del nuevo copago y en la merma de cantidad y calidad  en la oferta de recursos públicos disponible. El problema es que esa toma de conciencia puede llegar demasiado tarde, además de estar deficientemente articulada.

Ante todo esto, la única alternativa posible al hundimiento que se me ocurre desde la resistencia es la necesidad de que se plantee una verdadera estrategia de refundación adaptativa del sistema. No reconstrucción. Refundación.

Como reza el lema de la Casa Stark, se acerca el invierno. Y eso es inexorable.