Alfonso Pedrosa. Gracias al blog de Eduardo Eugenio Puerta del Castillo, Almogrote para la salud, tuve acceso al vídeo de abajo, que protagoniza una de sus entradas. De momento, me pareció un trabajo fresco, claro, sensato, sobre la realidad de la enfermedad mental a pie de calle.

 

¡Qué gran trabajo!, pensé. Y qué valientes, sus protagonistas. Pero me quedé con la duda: seguro que son actores. Después, yendo al canal original de YouTube, me aclaré: el spot es una idea de los profesionales del Equipo de Salud Mental de Plasencia con el apoyo de un puñado de instituciones y personas. También, actores. El primum primi al conocer ese detalle fue quedarme un poco chof, hasta que me dí cuenta (ah, somos portadores de los genes del sistema) de que una actividad profesional la acometen profesionales, sean o no sean pacientes de una determinada patología. Y que ser paciente no tiene nada que ver con ser competente o incompetente. Quiero decir: para el objetivo de ese spot, que es "luchar contra el estigma que sufren las personas que padecen algún trastorno mental y contribuir así, a la normalización social", la cuestión de si sus protagonistas son actores o pacientes no tiene sentido. En mi caso, la primera reacción ante el vídeo emergió desde mis propios prejuicios inconscientes. Poco tiempo después, me encontré en el blog de Kevin Pho un post con un título tan sugerente, Can I be a doctor with bipolar disorder?, dado lo que me estaba rondando por la cabeza, que me fui del tirón a leerlo. En él, Dinah Miller, psiquiatra que bloguea en Shrink Rap, ofrece a quien quiera escucharla una gran lección de sentido común. La respuesta a esa pregunta es: maybe. Pues claro. Depende. Hacerse esa pregunta presupone un cierto fondo compartido de prejuicios como los que me asaltaron a mí: porque se asume, dice Dinha, que sólo existe una clase de trastorno bipolar, y que tiene el mismo curso y la misma prognosis en todo el mundo. Y eso no es así, como sabe cualquiera que haya vivido de cerca este tipo de situaciones. Un metaanálisis no es una persona. Aunque a veces se nos pueda olvidar. Gracias, pues, a quienes han hecho posible el vídeo de Plasencia. Y gracias, también, a Dinah y al blog de Kevin. Qué grande es Internet.