Alfonso Pedrosa. En las últimas semanas he participado en varias conversaciones en torno a lo que está suponiendo Internet en la transición cultural hacia una red distribuida y la incorporación a ese proceso del mundo de la sanidad y la salud. Algunos de esos encuentros han sido formales y se han desarrollado sobre la barra del funambulismo; otros (los mejores, sin duda) han tenido más que ver con la barra del bar. Incluso han sido origen de relatos que ya empiezan a construirse en la Red, como el de Antonio Jesús en Cuidando.es, el del 1CBS, cuyos ecos he ido recogiendo aquí y allá (especialmente vía @soyrami por la presencia de Synaptica en ese evento) o el de Emilio en su entorno de entrenamiento Pokémon.
 
Todas esas conversaciones tienen para mí mucho de expediciones exploratorias, como aquellas que movilizaban gentes y recursos para calcular la exactitud de un meridiano, catalogar la flora de un país remoto o levantar la cartografía de una red fluvial desconocida en ese momento. O, sencillamente, como aquellas epopeyas personales de quienes, expulsados del Viejo Mundo o impulsados hacia el Nuevo, se hacían con un pasaje a las Indias para descubrir, fundar o, simplemente, vivir. De esas expediciones los navegantes traían noticias de países lejanos, que luego cuajaban en conocimiento y comercio. También, muchas veces, en opresión y dolor. Porque estaban impulsadas por seres humanos.

En estos últimos viajes conversacionales he identificado tres territorios apenas intuidos, amplias zonas de terra ignota cuyo conocimiento me parece fundamental y sobre las que, por ahora, la cartografía disponible apenas se reduce a los relatos de taberna portuaria de noches de lluvia y ron y a algún escollo solitario en el océano descubierto por mera casualidad y anotado en las cartas de marear por algún piloto voluntarioso.

El primer hito sin perfiles claros aún es un estrecho, tan peligroso y retador como el de Magallanes: la construcción de la identidad digital desde la ¿superación? de la dicotomía entre la vida personal y la pertenencia a una organización que recurre a sus empleados para fortalecer su presencia en la Red. ¿Cómo hablar con una voz humana, auténtica, cuando el pan que se come depende de una institución? Hay algunos intentos corporativos de regular el blogging y la presencia en las denominadas redes sociales, como hizo en su día la BBC, que pueden servir como libro de instrucciones en algunos casos. Pero está claro que los empleados de una institución tendrán voz propia en Internet en la medida en que esa organización se alinee con el cambio cultural que supone todo esto; en la medida en que se vayan tomando referencias de las implicaciones antropológicas que, entre otras repercusiones, conllevan revisar de arriba abajo las nociones de jornada laboral y de productividad; en la medida en que los nodos de decisión de las organizaciones entiendan que ése es el único camino para que éstas sean creíbles. Todo un proceso de refundación institucional, vaya.

El segundo gran vacío cartográfico es el de la identificación de esa civilización magnífica de la que se oyen leyendas de riqueza y relatos de terror, que ejerce una fascinación magnética sobre oleadas de exploradores: muchos han vuelto de ese viaje con las manos vacías y otros no han regresado jamás. Es la ciudad habitada por una tribu misteriosa a la que algunos llaman la gente. ¿Dónde está la gente cuando se habla de salud y sanidad en Internet? ¿Escondida detrás de la brecha digital? Quizá profundizar en el concepto de deliberación entre iguales ayude a anotar algunos puntos de referencia en el mapa de ruta: es incompatible vivir en el gueto y descubrir nuevos mundos. ¿Quién es la gente, en el mundo de la salud? ¿Los pacientes? Nadie se llama a sí mismo de esa manera, de entrada, hasta que no se siente interpelado directamente por la enfermedad; eso es el movimiento asociativo y, gracias a Internet, están cambiando muchas cosas ahí. Pero, ¿dónde está la gente, alrededor de qué hogueras se sientan para contar y escuchar historias? ¿Qué ha pasado con aquellos viajeros que fueron en su busca y no han regresado? ¿Han sido devorados por las fieras? Probablemente no. Es muy posible (y ésa es una de las grandezas de la nueva cultura) que se hayan mezclado con los nativos, que hayan sido absorbidos por la tribu de la gente, en un proceso maravilloso de mestizaje. Es muy posible que, simplemente, hayan renunciado a algunas marcas identitarias de origen (aquellas que impedían la mezcla, la fusión) y formen parte ya de otra cosa, enriqueciendo de paso con su patrimonio vital a la civilización misteriosa de la gente. Para seguir la pista a esos exploradores perdidos puede ser útil ir dejando puestos de avanzada en los claros del bosque, que sirvan para iniciar una, de momento, tímida relación de intercambio: eso es lo que hemos hecho en Synaptica al lanzar algunas propuestas de participación ciudadana en la gestión sanitaria o al abrir ventanas de mapeo de nuestro entorno político y asistencial más cercano. Quizá esos puestos de avanzada desaparezcan y sean olvidados porque la tribu de la gente no tenga interés en el trueque, o acaben siendo el origen de nuevas ciudades, o sean desmantelados porque quienes los han puesto en pie se vayan a vivir con la tribu porque hayan decidido integrarse en esa civilización de leyenda y desaparecer en su seno.

El tercer vacío no sé qué forma tiene, pero sé que existe. Es esa sensación de no hacer pie al vadear los ríos de la selva, la niebla que envuelve el estuario donde se ha fondeado, la desorientación en el Círculo Polar Ártico, el Mar de los Sargazos. Es el déficit de reflexión previa antes de adentrarse en el territorio desconocido, la fiebre por la moda, el dospuntocerismo guay, los gurús de cartón piedra. El oficio de navegar se aprende con la práctica, pero el arte de marear requiere estudio. Y hay quien ha estudiado mucho, que ha elaborado tablas astronómicas, que conoce los secretos del astrolabio, que domina la carpintería de ribera, el carenado de precisión. Ese corpus de conocimiento llega a adoptar en ocasiones ribetes de literatura salvífica, de relatos nacidos de una cierta tradición bíblica trufada de ciencia ficción. A veces suenan extraños, entre otras razones porque utilizan en su elaboración materiales léxicos y referentes conceptuales que expresan la necesidad de saberse nuevos. Ahí dejo una muestra, con un guiño y una sonrisa, para hacernos una idea de a qué altura nos estamos moviendo: "Y aconteció que Microsoft hízose grande y poderosa entre las Corporaciones del Microchip; más poderosa que cualquiera de las empresas de CPU antes de que crecieran. Y el corazón de Gates se endureció, y dirigiéndose a sus Clientes y a sus Ingenieros oyéronse las palabras de su maldición: ‘Hijos de Von Neumann, oídme. IBM y las Corporaciones de las CPU encadenaron a vuestros antepasados con graves y penosas Licencias, hasta el extremo que clamabais a los espíritus de Turing y Von Neumann implorando vuestra liberación. Ahora yo os digo: soy más poderoso que cualquiera de las corporaciones que me precedieron. ¿Está en mi ánimo liberaros de vuestras licencias? ¡Ni por asomo!, os encadenaré con licencias dos veces más graves y diez veces más peligrosas que mis antepasados… Os capturaré y esclavizaré como ninguna otra generación ha sido antes esclavizada. ¡Cuán inútil, pues, implorar a los espíritus de Turing, Von Neumann y Moore! Ellos ya no os pueden oir. Mi poder es ya mucho mayor que el de ellos. Ahora ya sólo podéis implorarme a mí y vivir al aire de mi misericordia y de mi cólera. Soy Gates, las Puertas del Infierno; mío es el portal de entrada a MSNBC y mías son las llaves de la Pantalla Azul de la Muerte. Amedrentaos, amedrentaos en extremo; servidme sólo a mí, y viviréis’". Tomado de La ética del hacker y el espíritu de la era de la información, cita de El Evangelio de Tux.

Encontrar la voz propia, aprender a deliberar entre iguales, conocer los textos epónimos de la cultura de la Red. Y toda la vida por delante para explorar el Nuevo Mundo. No está mal, creo; nada mal. Ahora empieza a cobrar todo su sentido aquel eslogan del ciberpunk español que aprendí leyendo a David de Ugarte: quiero hacer un hermoso blog como parte de una hermosa vida.