Al personal no le gusta dar sus datos de salud a cualquiera: una encuesta de la empresa de capital riesgo Rock Health, dedicada a invertir en proyectos de salud digital, indica que la gente no tiene problema en compartir sus datos de salud desde luego con su médico; también está dispuesta a compartir esos asuntos con la familia y, obviamente, con su compañía de seguros. Incluso con una institución de investigación. Los reparos empiezan cuando el socio para compartir datos de salud es una compañía farmacéutica o el Gobierno; y la confianza se despeña cuando quien solicita esos datos es una empresa de tecnología, tipo Facebook, por ejemplo.
En general, a tenor de lo que, según Technology Review, del MIT, dice este estudio demoscópico realizado entre ciudadanos de EEUU, estamos dispuestos a desnudar nuestra vida en las denominadas redes sociales y a abrir la puerta de nuestra casa a quien nos ofrece una cuenta de correo ‘gratuita’, pero solo hasta cierto punto. No somos tontos: con los datos de salud, tenemos cuidado.
Encuestas como ésta son una buena llamada de atención a las empresas privadas e instituciones públicas que organizan monterías de datos en la Red bajo la apariencia de fiestas de cumpleaños, llamando participación a lo que en realidad es una captura de información que luego se utiliza, no para fines malvados por lo general, pero sí para proyectos sobre los que el personal que regala sus datos en salud no tiene ni idea siquiera de su misma existencia.
Todos aprendemos de todos en la Red, sí. Es importante compartir, sí. Pero tenemos que compartir todos, no solo las personas generosas a las que luego se les queda cara de pardillo cuando ven a la larga quién y cómo se ha aprovechado de esa generosidad. La llamada a participar en una encuesta online sobre el cuidado de la salud, en una plataforma para pacientes de determinadas patologías o en la valoración de un proyecto legislativo sanitario, para ser realmente eso, un proceso participativo, requiere de una contrapartida: la devolución de la información.